Mito, resistencia y utopía en la trayectoria de Angel Delgado. Héctor Antón Castillo. 2002. |
En el devenir del arte cubano contemporáneo hay un hecho que marca el punto de giro entre los explosivos ochenta y los tropológicos noventa. Se trata del performance La esperanza es lo último que se está perdiendo, una acción que "improvisó" Ángel Delgado en la apertura de la muestra colectiva El objeto esculturado, cuando defecó encima de un periódico Granma, desoyendo las palabras del artista y también uno de los curadores de la exposición Félix Suazo, aconsejándole el arrepentimiento salvador. Así, el tránsito de una década a otra, estuvo matizado por un libretazo políticamente incorrecto que colocó a un artista de apenas veinticinco años en el vórtice de los accidentes históricos de la isla. Fue enviado a prisión y borrado de todas las listas oficiales. El tiempo que duró el escarmiento fue suficiente para un joven que en un abrir y cerrar de ojos lo perdió todo. Entre cuatro paredes que le parecieron un laberinto sin fin, aprendió que la vida y el arte son algo más que el impacto provocador y el desafío a fuerzas que nos rebasan. Así fue como el jolongo, la requisa y la litera de tres pisos pasaron a formar parte de su devenir cotidiano. Entonces la clausura de un espacio de movimiento provocó la apertura de un universo que al ser vivenciado intensamente, llegaría a transformarse en el concepto protagónico de su poética. Desde este momento, Ángel comienza a elaborar una propuesta donde el referente vivencial y su repertorio matérico pasarán a jugar un rol determinante. Tales son los casos del jabón, los pañuelos, los lápices de colores y el cold cream. Su objetivo inmediato era convertir estos elementales utensilios en metáforas humanas, capaces de ilustrar cómo un simple objeto puede desempeñar múltiples funciones en un contexto regido por la carencia. Aunque la reclusión fue de solo seis meses, el drama del encierro lo marcó definitivamente. Sin embargo, no ansiaba manipular el estigma de artista contestatario. Ni pretendía valerse del arte como medio de venganza, sino como fin para plasmar un "testimonio inédito" de quien a vuelto a mirar la vida en su plena desnudez. Descartado por las nuevas estrategias institucionales de cuanto proyecto curatorial se fraguara desde dentro, Ángel debió enfrentar un silencio artístico esporádicamente "interrumpido" por alguna que otra referencia manipuladora proveniente de la literatura contestataria publicada fuera de la isla, así como de ciertos críticos nacionales que aprovechaban la oportunidad de los espacios foráneos para tirar sus pullas políticas cargadas de humor criollo a expensas del ostracismo ajeno. Pero quién podría impedir o juzgar con dureza los escatológicos recordatorios. El mito de la "mierda performática" andaba suelto, como mismo andaba Ángel Delgado por las calles de La Habana en espera de recibir otra oportunidad. Gracias a cumplirse nuevamente el dicho "Dios aprieta, pero no ahoga", Ángel pudo mostrar en octubre de I996 sus memorias de la reclusión. De esta forma, Ezequiel Suárez y Sandra Ceballos abrieron la caja de madera claveteada donde quien se llamar 12429OO guardaba sus pertenencias íntimas de preso común. Espacio Aglutinador, ese "margen sostenido por el gesto", al decir de Eugenio Valdés Figueroa, resultó un escenario propicio para presenciar uno de los rituales más desgarrados de la plástica cubana contemporánea. Porque la estirpe underground del espacio tenía un estrecho vínculo con la catársis performática que Ángel solamente podía concretar allí. Al mismo tiempo, ejecutó una acción donde resistir era la palabra crucial. Así estuvo acostado bajo un mosquitero alrededor de una hora. Tal vez recordándole a los espectadores que el sacrificio no depende únicamente de la materialidad de los límites. O quizás enfatizando que fortalecer el carácter es la manera más eficaz de dotar a la obra de una auténtica solidez. Al organizar esta exposición personal, Sandra y Ezequiel quisieron escapar de ese ponciopilatismo nuestro de cada día comentado por Gerardo Mosquera en sus duras y sobrecogedoras palabras al catálogo. Entonces la culpa asumida por el también crítico Orlando Hernández en nombre de los que no hicieron nada cuando en realidad había que hacerlo, logró despojarse de un tono tan patético y hasta era posible "darse el lujo" de calificarla como excesivamente novelesca. A partir de esta experiencia, el invento del recluso da lugar a la invención del artista que, a la vez, permanece cautivo de sus temores y anhelos. Se recontextualiza el material sin que el mismo sufra exageraciones que desvirtuen sus variados usos en el complejo arte de sobrevivir. Así, la fusión en una imagen del jabón y la copa de cristal alude a la fragilidad y fugacidad de esa pequeña dosis de libre albedrío que requiere cualquier ser humano para respirar. De esta forma, Ángel convierte en arquetipo universal un conflicto propio de los espacios disciplinarios. Algo parecido ocurre con los dibujos sobre pañuelos, donde el impulso por recrear una situación dramática sin forzar demasiado la memoria emotiva en medio de la soledad del taller, se confunde con esos trazos inseguros concebidos en una soledad aún mayor, donde un objeto tan íntimo sirve de soporte para desahogar un puñado de furias y añoranzas, capaces de ser presentidas o padecidas hasta por el más libre de los hombres. En I998, Ángel expuso individualmente en el Complejo Morro-Cabaña. De este modo, "Batey" se convirtió prácticamente en su "reaparición oficial" en el circuito nacional del arte cubano. Apelando al jabón como material de cabecera, se trataba de una serie de piezas tan pequeñas que devenían en irónicos eufemismos de los propios conflictos que abarcaban. El peligro que enfrenta el hombre desde su nacimiento, la angustia del encierro y el complejo de impotencia ante la subordinación absoluta, son algunas de las ideas esenciales que motivaron las obras. En ellas, el artista despliega un discurso pleno de simbolismos y sutiles alegorías que trascienden el espacio donde "supuestamente transcurren las historias recreadas". Asimismo, estas miniaturas carentes de títulos enfáticos están cargadas de dolor. En este sentido, llama la atención un objeto desnudo que es simplemente una muela: emblema de lo que significa la pérdida de una voz interior y exterior, de cómo tantas palabras inútiles pueden engendrar el vacío de un silencio impuesto y, a la vez, elegido. Por suerte, el gesto humano de otros artistas invitándolo a salones y exposiciones colectivas, ha permitido que Ángel no vuelva a desaparecer del escenario plástico de la isla. Un buen ejemplo lo constituye su participación en la segunda versión de La huella múltiple, realizada en I999 en el Centro de Desarrollo de las Artes Visuales. Una vez más, el apoyo artísticamente humano vino en su ayuda. Entonces el trío de curadores que formaron Sandra Ramos, Abel Barroso y la siempreviva Belkis Ayón, permitió que retornara al sitio donde pujó un grito silente contra la censura. Su performance-instalación Señales de adentro, consistió en dar vueltas dentro de un espacio cubierto por una superficie de jabón, para dejar finalmente las botas acompañando al círculo trazado por las pisadas. En síntesis, la idea es la obsesión por una idea fija y cómo a esa misma fijeza es preciso otorgarle una configuración matérica si anhelamos el exorcismo definitivo. Con respecto a su carácter instalativo, la pieza simula
la presencia de un gigante que sucumbe al rigor y la sinuosidad del camino,
quedando como único testimonio lo que más lo acercaba a las entrañas de la
tierra. Esta alegoría al Mito de Prometeo revela el peso que tienen las
relaciones de poder en las metáforas humanas de Ángel. En estos últimos años, el bregar creativo de Ángel Delgado no se ha detenido. Afortunadamente, ha podido intervenir en proyectos internacionales y ciertas muestras colectivas nacionales. Entretanto, continúa acariciando en la soledad de su taller la posibilidad de concretar algunos de sus proyectos pendientes, aferrándose a la idea de que aprender a esperar ha sido la gran lección que le ha servido para intentar fundir el arte y la vida. |