Imagen y discurso de Angel Delgado. Lázara Castellanos. 2001. |
En la deriva autobiográfica, la obra de arte se torna puramente coyuntural, por lo que debemos ingeniarnos para descubrir, más allá del lenguaje formal, las formulaciones del discurso artístico como tal, cuya fuerza descansa en la expresión del creador, muchas veces más allá de una definición monolítica y absoluta. La obra producida por Angel Delgado (Ciudad de la Habana, 1965) comienza a crujir tras el manto de sombras que arrojó sobre su persona un período grave, durante el cual la libertad y la luz no fueron más. Los meses oscuros hicieron mutar su obra, y aunque en su muestra personal 1242900, presentada en la galería Espacio Aglutinador (1996), se avizoraba el nudo conceptual de su imaginario, no es hasta Batey, que pudo ser vista en el Castillo del Morro (1998) que el discurso alcanzó ese perplejo turbador que le permite, aún hoy en día, robustecer las categorías que propone. La proyección magnificada de la arquitectura militar complementó y dotó de un sentido mayor a los objetos esculturados mostrados, que se constituyeron en biografemas de la claustrofobia y la angustía. Como el artista y su obra representan una vertiente del paradigma universal al formular un tipo de mirada, una manera de contemplación que, desde el encierro, observa el mundo circundante y así mismo, los elementos autobiográficos adoptan modos de enmascaramiento. No ocurre así exactamente con Angel Delgado, quien en su remisión a lo oscuro de una parte de su vida, extendido por seis meses, evidencia la irrupción de la realidad con su sombra colosalmente larga. En el conjunto iconográfico de su obra: pinturas, dibujos, esculturas, grabados, instalaciones y "performance", está presente la imagen petrificada de la memoria autobiográfica, que alcanza su clímax con la noción de pobreza, al construir sus piezas tridimensionales y usar en sus últimos dibujos, un material atípico: el jabón de lavar marca Batey. Con esta decisión, pone en función no sólo el papel renovador de la obra de arte en cuanto medio de expresión y catarsis, sino en sí mismo, en relación con los medios y procesos. La contradicción entre una obra realizada con absoluta simplicidad y pobreza aparentes, y la obra misma como discurso, cargada de complejidades subyacentes, es precisamente lo que establece la base del poder carismático de la modalidad Angel Delgado. Para acceder a cabalidad desentrañamiento de sus códigos no queda otra alternativa que indagar en los sucesos de su autobiografía, sobre todo, lo acontecido en el año 1990. Al tomar el toro por los cuernos y pasar de las pequeñas esculturas expuestas en Batey en el Castillo del Morro, los complicados y verdaderos juegos del lenguaje en los dibujos que acompañaron la gran instalación presentada en Espacio Aglutinador, las pinturas y dibujos con figuras solas o en agrupamientos cadenciales, infamantes e infamados, expuestas irregularmente dentro y fuera de Cuba, sus performances e instalaciones, a lo que es la obra propiamente dicha, debemos definir la tesis, para lo cual el espectador necesita despojarse del sistema de categorías y de la eficiencia de los diversos lenguajes encráticos, y abrirse a las posibilidades de interiorizar esta manera de lenguaje acrático que casa perfectamente con la idea del sujeto enmascarado, devenido sujeto contemporáneo que, a pesar de todo, designa una función utópica a sus trabajos, pues no se desarraiga de la esperanza de acceder a una alternativa de entendimiento humano. Al mismo tiempo, se constituye en una retórica de cantos duros sobre determinados aspectos de la historia contemporánea. La ecuación acción plástica - castigo (1990) aceleró la maduración dramática de una obra que instala definitivamente a Angel Delgado en el espacio visual de la contemporaneidad cubana. Este sitio no sólo está determinado por su producción iconográfica, sino por su historia personal. Su obra, por lo tanto, se mueve en un contexto que podemos calificar de embarazoso, a causa de los referenciales apuntados a una situación dramática. Angel Delgado no intenta aliviar al espectador de su carga, ni siquiera pacta con él, sino lo obliga a participar de un universo restrictivo abrumador. A partir del año 1990, la obra de este creador transita por diversas etapas:
Conclución: Al interpretar la obra de Angel Delgado, discernimos del entramado de posibilidades, la mística febril que el artista deposita en la obra de arte. Indudablemente, permanece preso de una fidelidad a ultranza a la función utópica del arte, por lo que expresa el lado sombrío de sus vivencias. A pesar de la dureza de su discurso, observamos un perpetuo movimiento hacia delante, hacia la expresión, como categoría estética indiscutible, de la propuesta de un nuevo entendimiento con Lo Diferente. Este pensamiento permite que su obra permanezca indestructible a pesar de su efímera condición. Esta idea es lo que lo convierte en un suceso del arte joven en Cuba. |