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Constancias, Galería nina menocal, Ciudad de México. 2006. |
LA TENTACIÓN DE RESISTIR (texto exhibición personal Constancias en Galería Nina Menocal, 2006-07) Según el artista conceptual y crítico Luis Camnitzer: “la prisión real como la llamamos cárcel hoy, es en realidad un ejemplo físico de una infinidad de prisiones. Es casi un accidente anecdótico”. Defecar encima del periódico oficial de la isla fue el “accidente” que condujo a un “accionista de veinticuatro años” a la prisión real y, junto con la desgracia, comienza la historia de Ángel Delgado. Al cerrarse un círculo de la estructura disciplinaria, un mundo desconocido se reveló ante quien intentó gritar en silencio contra la censura de una época que llegaba a su fin. Su visibilidad en el arte crítico de los ochenta se verifica en su misma conclusión. Quizás por ello su producción posterior se caracteriza por una serie infinita de clausuras donde ya no es posible vislumbrar una apertura que lo haga cambiar de actitud. Tal parece que su cuerpo se fundió con el cuerpo de una ínsula condenada al tropo político de la maldita circunstancia del agua por todas partes. De esa geometría de la soledad y el aislamiento brota el arte imperfecto de Ángel Delgado. Cuando Ángel volvió a la calle después de seis meses de escarmiento por el delito de escándalo público, la escena plástica cubana experimentaba una renovación en su elenco de actores. Mientras la promoción de los ochenta concretaba su proceso de éxodo, nacía otra dispuesta a legitimarse sin quemarse. La moraleja de la cadena y el mono se ajustaba al patrón de conducta elegido en los noventa. Se podía fabular con las secuelas generadas por el voluntarismo, pero nunca con el máximo detonador de la trama. En este contexto, ¿cuál sería el destino de la requisa, el jolongo y la cordillera en medio de una reivindicación del paradigma estético enarbolado por los teóricos de la cautela?. Por otra parte, el deseo de permanecer y rehabilitarse en Cuba también contenía una buena dosis de romanticismo, ya que en el “caso de Ángel” resultaba imposible borrar los antecedentes penales con solo gestionar un soborno burocrático. A esto debemos sumarle que la cárcel es un tema tabú tolerado por el marketing institucional con muchas reticencias. Así es como un fenómeno universal se convierte en un estigma local, gracias al empeño de consumir y exportar maquetas de una sociedad perfecta. La tentación de resistir es algo más que un anagrama clave para los cubanos sometidos a penurias materiales y espirituales. Resistir es la causa de que un pedazo de tierra flotando en el mar haya perdurado como utopía para unos y distopía para otros. Ángel Delgado se ha valido de su anhelo de supervivencia para sentirse emblema de una isla que no consigue olvidar sus momentos difíciles. Los dibujos y objetos le han permitido recrear el complejo de impotencia en situaciones límite donde la fuerza es una ilusión colectiva. Las acciones de enterrarse con utensilios domésticos de los habitantes de Cayo Carenas o de hundirse en la superficie enjabonada de un ataúd encarnan el vértigo de la soledad y, al mismo tiempo, el miedo del artista a desaparecer aislado de su razón de ser. Todo ello se configura en una visualidad agónica regida por el masoquismo simbólico. La exhibición personal de Ángel Delgado (La Habana, 1965) en la Galería Nina Menocal de la ciudad de México muestra el giro de una poética sostenida por el residuo testimonial de lo autobiográfico. Si antes el invento del recluso propiciaba la invención del creador, ahora se acentúa el peso de lo arquetípico como sustituto del típico proceder sucio y marginal. Pero la transición formal no implica un abandono de los contenidos vitales. Como un productor visual de la experiencia, Ángel toma distancia de su tiempo para fabular desde otro espacio ajeno a los traumas insulares. La resistencia a la política cede su protagonismo a la resistencia al mercado. Por ello se mantiene la fidelidad a materiales efímeros como el jabón de lavar o iconos ligados a la privación de libertad como las esposas metálicas para maniatar detenidos. En Constancias (noviembre 2006-enero 2007) la crónica visual del encierro ordinario se reemplaza por una reflexión acerca de la prisión existencial o castigo que sufren los hombres incompletos. Al tomar distancia de lo anecdótico, Ángel prescinde de oficiar como narrador-voyeur del presidio a la manera de Carlos Montenegro en Hombres sin mujer o de Reinaldo Arenas en sus memorias. La bulla, el calor y la agresión física ceden su protagonismo a la angustia de una falta de libertad mayor: la imposibilidad de cambiar la vida. Los perdedores sociales se transforman en esa “memoria acumulada” dispersa en la quietud de hombrecillos atrapados entre viejos periódicos que representan la circularidad de la historia. Entre el acontecer y el olvido, su futuro consistiría en el anonimato de una reescritura de esa historia que los miniaturiza. Sujetas a los hilos invisibles del poder, estas marionetas de jabón representan la cosificación humana anticipada por George Orwell en su novela 1984. Es decir, se reproduce la tragedia donde las personas sin derecho a elegir acaban relegadas al status de no-personas. Si en la prisión concreta los reclusos tienen que hacerse los duros para sobrevivir, en las galeras imaginarias no hay esperanza de redención alguna. La dimensión abstracta que prevalece en estos objetos e instalaciones reivindica la desesperanza que generó la poética de Ángel Delgado. Fuera de los muros de cal que nublan la vista de sus inquilinos, el muro formado por un retablo de seres-ovejas corporiza la ironía de la metamorfosis. De la absurda rebelión a la orgánica sumisión, ya no tiene sentido evocar la escena de un desesperado inyectándose petróleo en una pierna para ganarse unos días en la enfermería de la prisión. Muros (2006) es una pieza que sintetiza los procesos de renuncia en las sociedades de control. Bajo esta premisa simbólica, se pierden los episodios reales en nombre de abstracciones derivadas de la estructura hegemónica. Dentro de este ámbito fantasmal, se aprecia un contrapunto entre las pompas de jabón como signo de limpieza y el vacío generado por su desaparición. La instalación Con el agua al cuello son unas carretillas llenas de agua en las que flotan cabezas humanas hechas con jabón. Su matiz procesual reside en la documentación fotográfica de los personajes hasta quedar sumergidos en una especie de suicidio colectivo. Sin aludir al encierro literal, las carretillas-celdas ilustran otros muros de agua donde otros sujetos pretenden escapar hacia la nada de una imagen carente de identidad colgada de la pared. La sutileza alegórica de esta pieza confirma que el dramatismo de las historias reales no es un salvoconducto para la factura del buen arte. Con el agua al cuello (2006) es un síntoma de esta paradoja de la complicidad entre el arte y la vida. Constancias es el reverso de la historia de su creador. Aquí el tema del control y la vigilancia no constituyen el centro de la atención que provocó el encarcelamiento del artista en 1990. Esta es la causa de que el efecto de esos archivos infinitos pueda detectarse en cualquier lugar del planeta. El mito de la isla como prisión perfecta se desvanece ante un extraño gavetero donde podrían guardarse llaves, cerrojos o sistemas de alarma. Ángel Delgado ha logrado traspasar el suceso biográfico que un día lo apartó de los suyos para articular ficciones universalmente locales. Esta vez la fría manipulación de los signos se impone a la calidez de las vivencias compartidas. Al crear una atmósfera de paranoia globalizada, su discurso postestimonial alcanza respirar como forma entre barreras virtuales como ideas donde se torna complicado percibir el comienzo o el fin de los límites. |