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Constancias, Galería nina menocal, Ciudad de México. 2006. |
De la ética y la estética. José Manuel Springer. Texto exhibición personal Constancias en Galería Nina Menocal, 2006-07 Para comprender la obra de Ángel Delgado es necesario recurrir a su historia como artista y hombre. El devenir de su carrera ha estado marcado por su experiencia personal en la isla de Cuba a partir del endurecimiento de la política, lo cual llevó a la intolerancia, como aquella de que fue objeto en carne propia Ángel Delgado. Desde hace un año Ángel Delgado vive en México, donde ha continuado con su labor como artista dentro de un contexto cultural distinto aunque ciertamente no muy diferente al de su país natal. La obra de Ángel es el resultado de su experiencia dentro de la cárcel. En sus ensamblajes e instalaciones se manifiestan los símbolos y metáforas de la intolerancia y el control. Echando mano de objetos sencillos Ángel Delgado propone una crítica simbólica de los sistemas políticos –sin particularizar en alguno— y revelando el sentido de humanidad que une a los individuos aún bajo la privación de sus derechos más elementales. Dos elementos constituyen las coordenadas sobre las cuales se basa su trabajo y su propuesta artística. El primero de ellos es el de los materiales, particularmente el jabón, que comenzó a tallar desde su encarcelamiento y que representa la identidad del autor. El segundo es la simbolización de situaciones de enclaustramiento inscritas dentro de estructuras y retículas geométricas, de carácter amenazante por el sentido de molde que significan. Delgado utiliza frecuentemente símbolos que operan en contextos y tiempos distintos. La presencia de estos dentro de situaciones emblemáticas proviene de las convenciones más elementales: tales como la cabeza humana (símbolo del individuo), o las efigies de carneros indefensos, donde por un lado establece asociaciones con la raza, por el color, y por el otro, con la masa de gente vista como rebaño sumiso. Las vivencias personales se trasladan a los objetos cotidianos, que seguramente en la prisión o bajo circunstancias de necesidad, resultan indispensables para realizar las más elementales tareas: un tornillo, una prensa, espejos diminutos. De este vocabulario objetual sorprendentemente limitado (la limitación obedece a la misma circunstancia de vivir el encierro con el menor número de pertenencias) se ha servido Delgado para construir metáforas de la reclusión, una experiencia marcada por un mínimo de estímulos o lo más estrechos sentidos, e incluso la ausencia de ambos. La voz artística de Ángel Delgado no es la del optimista que ha visto peores épocas y puede darse el derecho de olvidar y dejar el pasado. Por el contrario, su obra es un recordatorio constante, para él como para los que vivimos en una democracia salvaje como la mexicana, de que el peor enemigo del hombre es el corporativismo, el cual, desde su lógica clasificatoria, desde los archivos secretos y regulaciones kafkianas, ejerce la coartación de las libertades: la cancelación del derecho a la privacidad y la modelación de la conciencia. Si bien la obra posee un sentido expresivo que se transmite a través de la organización serial de los elementos, las metáforas que propone el artista encuentran sus ecos en la condición existencial consumista de nuestra era: manifestada en la prensa y su aplastante cantidad de información y la tergiversación de la misma, o en la espada de Damocles que pende con cadenas sobre nosotros. Hay algo inevitablemente legible e irrenunciable en esos objetos apenas tocados por la mano del artista, replanteados en situaciones muy específicas. Tal es el caso de las instalaciones donde la presencia del agua, frecuentemente ligada a la vida, es representada como elemento aislante y disolvente; el agua que rodea a las islas de Ángel Delgado es su identidad y también su continente; es puente y barrera que se interpone con el resto del mundo. En la biografía del artista, como en sus, instalaciones, acciones y videos, queda demostrada una postura ética firme, para nada revanchista, y una estética cuya característica principal es la claridad. Sus ideales son simples y auténticos: denunciar sin ambages lo que se calla, reclamar una parcela de individualidad, y señalar la responsabilidad del arte como portavoz de las minorías y la conciencia de su tiempo. |